¿Qué hace falta para que se recojan las demandas del sector de la cultura? ¿Qué más necesitamos para cambiar unas formas de hacer que se han mostrado insostenibles? Desde la Fundación publicamos este libro en el que se reflexiona sobre la evidente y necesaria relación entre la cultura y la vida.
La cultura como motor para una vida libre, plena y sostenible es uno de los pilares de trabajo de la Fundación Daniel y Nina Carasso. Por eso, el ver cómo se tambaleaban sus cimientos tras el estallido de la pandemia de covid-19, nos obligó a pensar y a querer hacernos cargo de esta fragilidad.
De ahí nace el libro Cultura para la vida: un estudio crítico y plural sobre lo cultural, una publicación que reúne 30 voces y una gran pluralidad de posiciones y propuestas culturales con el objetivo de reflexionar, por un lado, sobre el valor e impacto del sector en la creación de una sociedad más justa, inclusiva y sostenible y, por otro lado, para servir de faro a los principales actores de la política cultural, las administraciones públicas y los profesionales del medio.
Si bien conforma un todo, esta polifonía de textos se organiza en cuatro partes que dibujan horizontes para la acción: “Derechos culturales”, “Economías de la cultura”, “Nueva institucionalidad cultural” y “Cultura transformadora”.
Políticas públicas que favorezcan los derechos culturales
Favorecer la participación ciudadana en la vida cultural y, por tanto, hacer efectivos los derechos culturales son las temáticas sobre las que reflexionan los textos que componen el primer bloque del libro: “Derechos culturales”.
Partiendo de una contextualización histórica sobre el reconocimiento de estos derechos en España y su efectividad, los diversos autores presentes en este apartado apuntan las carencias que adolecen las políticas públicas actuales, tanto en materia educativa, financiación privada como innovación social, y afirman la necesidad de repensar su alcance o ámbito de incidencia. “La participación es el eje sobre el que pivota el concepto y la política pública cultural contemporánea. Una participación que implica considerar seriamente la aportación efectiva de la ciudadanía no sólo en términos de consumo y disfrute, sino también de contribución real y efectiva a la gestión y producción artística y cultural”, recoge en su reflexión Gemma Carbó, directora del Museo de la Vida Rural de la Fundación Carulla.
La evolución de las políticas culturales después de la pandemia también es objeto de análisis de este apartado. Desde la visión de la innovación social, se recoge la experiencia sobre los entornos colaborativos, sobre modelos y fórmulas para ahondar en el cambio estructural de las organizaciones que trabajan en desarrollo social, humano y cultural y, en última instancia, en la institucionalidad. Asimismo, el estudio se nutre con entrevistas que giran en torno a la necesidad de la educación artística en la escuela y la protección política de la cultura en España y sus respectivas carencias y de una carta del médico Luis Gimeno en la que se reflexiona sobre los beneficios de la cultura para la salud.
Nuevos modelos económicos para el sector cultural
Al igual que las condiciones sociales y económicas determinan las prácticas culturales, las culturas dialogan con las vidas que vivimos. De esta premisa parten los textos que dan forma a “Economías de la cultura”, bloque en el que se lanza una mirada hacia delante sobre el modelo económico cultural para entender y repensar el valor de la cultura, de los ámbitos en los que actúa y del trabajo cultural más allá de sus productos y de las plusvalías que generan. Reúne una propuesta que, partiendo de la premisa de que entender la cultura desde su capacidad productiva es un abordaje parcial, esboza otras formas posibles de reconocerse en el hecho cultural y legitimar alternativas al modelo de economía y política cultural actual.
Así, los capítulos pertenecientes a este apartado ahondan en el valor de las industrias culturales y creativas más allá de las retóricas sobre el valor terapéutico y utilitario de la cultura, la urgencia de repensar nuevas economías para el arte o la necesidad de proponer un carácter postsectorial sobre las competencias y la agencia de las políticas culturales. “La economía social y solidaria contribuye a la democracia cultural que considera a la ciudadanía no como consumidora, sino como participante activa en la producción artística y cultural y en el respeto de los derechos culturales”, apunta, en este sentido, Rocío Nogales, directora de la red internacional de investigación EMES.
En la misma línea se articulan otros apartados que analizan la obsolescencia de la aproximación de las políticas públicas a las características del trabajo cultural presentando las contribuciones a esta reflexión de dos proyectos del ámbito audiovisual como Filmin o la distribuidora de audiovisual experimental Hamaca.
También se reflexiona sobre el papel de la filantropía para fomentar una cultura transformadora, sus modelos de subvención y las posibilidades de tejer unas alianzas que contribuyan a fortalecer el sector y hacerlo sostenible económicamente. “El sector fundacional puede ser un gran aliado de las políticas públicas al contar con una mayor agilidad en sus procesos, mayor campo de innovación y mayor plazo de ejecución y evaluación”, aseguran Susana Gómez, Isabelle Le Galo y Sonia Mulero. “Puede aportar datos sobre experimentaciones y sus impactos, puede nutrir de conocimiento práctico la elaboración de políticas de mayor escala”, concluyen.
La necesidad de una revisión holística del modelo económico cultural es la conclusión de esta segunda parte del libro que invita a incluir la dimensión social para construir espacios comunes, asegurar la diversidad, la justicia social y, en definitiva, mejorar las vidas de las personas en su conjunto.
La necesidad de una nueva institucionalidad cultural
La institución cultural ha sido en España un significante polémico íntimamente vinculado al debate sobre la idea misma de democracia. Ello ha hecho que la institución cultural contenga una pesada carga ideológica y sea el escenario de un perturbador intervencionismo político pero también que se mantenga viva la pregunta sobre su sentido profundo y su relación con la sociedad, planteándose esta con más intensidad que en otras latitudes donde el arte y la cultura ocupan un cómodo espacio social desde hace tiempo.
Así, la tercera parte, “Nueva institucionalidad cultural”, reflexiona sobre la necesidad de transformación de la institución cultural, la necesidad de revisión sobre las funciones tradicionales del museo o de cuestionar el modelo de cultura institucional, proponiendo un cambio que lleve a la institución al servicio de la cultura y no al revés. La mediación cultural es tratada aquí como herramienta fundamental para generar los procesos que favorezcan la participación de la ciudadanía en la vida cultural, independientemente de la condición de cada persona. “El arte debe ser objeto de disfrute y, por tanto, es necesario generar puentes de acceso para la ciudadanía, de manera que el arte contemporáneo no quede restringido a una élite social”, añade José Luis Pérez Pont, director del Centre del Carme Cultura Contemporànea.
Los autores que participan en este bloque reafirman la necesidad de que las instituciones culturales escuchen a la ciudadanía y evolucionen hacia modelos que fomenten otras lógicas de desarrollo, la importancia de abogar por la inteligencia colectiva para crear nuevas narrativas que guíen transiciones profundas en nuestros modos de vida, o el rol de la digitalización en los procesos democráticos y de innovación. “Es el momento para que el sistema cultural funcione con otra lógica sin verse arrastrado por la visión productiva acelerada y consumista que el capitalismo impone en nuestras vidas”, dice Cristina Alonso, codirectora del Teatre l’Artesà.
Cultura transformadora
La capacidad de la cultura para transformar un territorio y generar una sociedad crítica es el hilo conductor del último apartado de esta publicación, “Cultura transformadora”, en el que se reflexiona sobre el papel de la cultura en el abordaje de los retos del país, a pesar de su poco protagonismo en los grandes debates políticos. “Aunque la cultura ya se está incluyendo en las principales políticas transversales, no se ha construido un relato en torno a ello”, apunta Manuela Villa, diputada y portavoz de cultura del Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea de Madrid.
Asimismo, se profundiza en el papel del artista y su percepción por parte de la sociedad, aludiendo que una de las claves para que funcione cualquier innovación en el ámbito de la cultura es la necesidad de pensar de manera explícita en las condiciones de vida de los creadores y en la revalorización de su trabajo por parte de la comunidad.
Los textos recogidos en esta cuarta y última parte también abordan la reactivación del sector en entornos no urbanos, la necesidad de desarrollar un ecosistema cultural rico y diverso, la necesidad de políticas públicas de los cuidados, la transformación del medio rural a través de la cultura sin que se superponga a las memorias vernaculares propias o cómo la cultura comunitaria es uno de los abordajes que favorecen una mayor democracia cultural.
Para cerrar el bloque, una más una, encargadas de la dirección y coordinación editorial de la publicación, entrevistan a Santiago Cirugeda, quien pone de manifiesto la importancia de que la sociedad lidere la toma de decisiones y sea partícipe de las soluciones a sus demandas, abriendo nuevas vías para la incidencia política desde el arte y la cultura, al mismo tiempo que hace efectivos los derechos de los ciudadanos.
Han sido años de trabajo, de conversaciones y reflexiones que han dado como fruto este libro que, desde la Fundación, esperamos que sirva a todos para reflexionar y cambiar el discurso sobre el valor de la cultura para incidir en su poder social, educativo, sanador, emocional, afectivo, cohesivo, inclusivo, igualitario y sostenible.