Daniel y Nina eran dos espíritus libres y apasionados. Sus personalidades inspiraron la creación y los objetivos de la Fundación que hoy lleva su nombre.
Nómadas del siglo XX
Aunque Daniel Carasso nació en Salónica y Nina Covo en Barcelona, las raíces de los futuros esposos proceden de la historia que llevó a sus familias por la larga senda del exilio, desde la España de la Inquisición hasta el refugio del Imperio Otomano. Cuatro siglos más tarde, los primeros tormentos del siglo XX les obligan a abandonar Salónica. Y así es como los Carasso van a parar a Barcelona, donde Isaac, el padre de Daniel, crea la marca Danone. Los Covo, por su parte, eligen Francia como destino. Daniel y Nina se casan en 1939, en los albores de una guerra que les obligaría de nuevo a exiliarse, esta vez en los Estados Unidos, donde nace su única hija, Marina. De estos vaivenes de la historia, ambos guardaron una mirada abierta a las culturas, un espíritu curioso y suelas de viento que Daniel calzaría luego por todo el mundo gracias a la aventura industrial de Danone, y que Nina desarrollaría con gran sutileza a través del conocimiento profundo de determinadas sociedades.
La alimentación como razón de ser
Creados en un pequeño taller del carrer del Àngels en Barcelona, los yogures Danone conocieron una magnífica expansión gracias al talento de Daniel Carasso. Al igual que su padre, que había sentido la necesidad de rodearse de científicos para promover las virtudes de los fermentos lácteos para la salud, Daniel siempre fue un apasionado de las ciencias y la investigación. Fundador de Danone en Francia y Estados-Unidos, a lo largo de su trayectoria, Daniel Carasso se situó siempre en el centro de la innovación, para proponer productos que aunaran seguridad alimentaria, sabor y calidad nutricional.
El arte compartido
La vida de Daniel y Nina no se podía concebir sin el arte. La pareja compartía un gusto común por las artes decorativas, la pintura y los artesanos del arte. Les apasionaba igualmente la música: del jazz al tango, pasando por la ópera o la música clásica. Para ellos, el arte no era solo una cuestión de estética, sino también la expresión de una forma de vivir y compartir.