Durante varias décadas, las políticas culturales se han basado en el principio de la democratización, que pretende hacer accesible la oferta cultural al mayor número de personas posible, pero que implica un papel más bien pasivo del ciudadano, principalmente el de espectador. Hoy en día, los resultados desiguales de estas políticas nos invitan a reexaminar la relación entre el mundo de la cultura y la ciudadanía.
Transformar la cultura para mejorar la ciudadanía
La noción de democracia cultural responde a la necesidad de repensar el papel de los ciudadanos tanto en la apropiación como en la transformación de su cultura, ya sea patrimonial o contemporánea. Reconoce la coexistencia y la igual dignidad de una pluralidad de culturas, la importancia de reunirlas y la diversidad de los lugares culturales. Considera a cada persona como portadora de una identidad cultural y, como tal, como un verdadero actor cultural. También creemos que la mediación cultural puede propiciar un cambio de paradigma al implicar a todos los públicos, favorecer su emancipación y reforzar la cohesión social.
Arte ciudadano, comprometido con las comunidades locales
Queremos romper las barreras tradicionales entre las instituciones culturales y la sociedad civil, especialmente en las zonas más aisladas o con dificultades. Nos centramos en proyectos artísticos y culturales que refuercen los intercambios y los vínculos sociales, y que revitalicen la vida en zonas afectadas por dificultades socioeconómicas. Junto a los mediadores, animadores y educadores profesionales que intervienen en este tipo de iniciativas, fomentamos también la movilización de otros socios locales (vecinos, miembros de asociaciones, cargos electos, etc.) para permitir la participación de todas las personas.